¿Soy madre?

Un día me levanté, contracturada y extraña mientras alguien succionaba mi pezón.

Del pecho libre brotaban gotas de leche que resbalaban por mi canalillo hasta terminar su recorrido en la mancha que se iba formando en la sábana. Levanté la mirada mientras observaba como mi compañero de aventuras se ponía la camisa dentro del pantalón para marcharse a trabajar, tan limpio, tan vestido, tan normal.

Yo llevaba unas grandes bragas de algodón con una compresa empapada en sangre y fluidos, medio míos, medio de mi bebé. Mi bebé…
No podía creerme que aquella personita que mamaba de mi pecho hubiera salido de dentro de mi. Sentía una especie de presión-devoción-amor-rareza que no podría describir. Parecía que mi vida se hubiera puesto en una extraña pausa sin que eso supusiera estar parada. «Ayer» deseaba ser madre y «hoy» ya lo era. ¿lo era?

Preguntas sin respuesta y respuestas sin preguntas se amontonaban encima de mi…

Mi corazón palpitaba con fuerza mientras le miraba, y cuanto más le miraba, más leche brotaba de mi, cuanta más leche brotaba de mi, más sentía el corazón en el estómago, y como más palpitaba mi estómago, más madre me sentía. Mi bebé dejó de mamar, entreabrió su diminuta boca con un chasquido quedando profundamente dormido, mientras sus manitas caían a cámara lenta sobre la sábana manchada de leche. Como pude me levanté intentando que la escena solo cambiara en mi personaje y fui al baño. Me senté en la taza, algo dolorida, y noté como un pequeño coágulo se abría paso por mi vagina para caer en el agua limpia. Bajé la cabeza y observé mi barriga, grande, muy blanda, con la línea alba desdibujada, con mi agujero del piercing del ombligo convertido en raja. Mi vulva estaba hinchada e irreconocible, parecía abrumada, igual que yo. Me levanté dispuesta a entrar en la ducha, pero antes me quedé atónita delante del espejo. Intentaba decirme algo a mi misma, pero no sabía como explicarme lo que me sucedía. Exploré con mis manos mi cara, mis pechos enormes y desconocidos, mi barriga, mis caderas… me toqué, lloré y finalmente me abracé, justo cuando mi bebé, con un grito agudo y candente me recordó el porqué de estar ahí.

Me calcé la camiseta sin tiempo a una ducha para volver con él y dejar que de nuevo, mi corazón latiera en mi estómago.

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